Tenemos una dura jornada de trabajo, aguantamos reuniones, atascos, tareas pendientes, correr de aquí para allá, un largo viaje… Y al acabar el día, llegar a casa es lo único que deseamos. ¿Por qué? Nuestro hogar es como un refugio para nosotros. Un lugar de bienestar donde poder relajarnos, descansar, ser nosotros mismos, disfrutar en compañía o de nuestra soledad con tranquilidad… En definitiva, es un lugar esencial que nos acoge y nos ampara.
Esa sensación tan placentera al llegar a casa ya tiene su propio término para definirlo y se llama homefullness. Y lo mejor es que puedes potenciarlo a través de la decoración, haciendo que ese efecto sea mayor o que, si no lo notas especialmente, puedas conseguirlo en tu hogar. Y es que en el homefullness influyen factores muy tangibles, como la temperatura, la higiene, la comodidad de los muebles…
Para empezar, el orden y la limpieza son fundamentales. Imagina, por ejemplo, que llegas a casa cansado y tienes la cama sin hacer, las sobras de la cena en la mesa del comedor, platos en el fregadero y el polvo por limpiar. Lo primero que pensaremos será que es mejor huir de allí cuanto antes… Por eso es importante tener una rutina sencilla de orden y limpieza que nos ayude a que todo esté en su sitio y limpio y así no tener que hacer de golpe todas las tareas del hogar después de una jornada exhaustiva. No hace falta complicarse la vida, solo hacer un poco cada día, y pequeñas rutinas que al principio nos pueden dar pereza pero que acabaremos incorporando al día a día sin esfuerzo, como hacer la cama todos los días, recoger los platos sucios de la noche anterior y fregarlos o pasar un plumero por las superficies de la casa, por ejemplo. Escoge lo que sea fundamental para ti y tu casa y te sentirás mucho mejor al llegar –y aplícalo sin excepción-. Así las limpiezas a fondo las podrás dejar para otro día menos ocupado. Ya verás como ves las cosas de otra manera y te sientes más animado.
Además, en el orden de la casa influye el hecho de que tengamos demasiados objetos acumulados. Por ejemplo, muebles que no usamos, figuras regaladas en alguna boda que no sabemos dónde poner, ropa en el armario que ya no utilizamos, documentos y facturas viejas, juguetes que ya no se usan… Puede ser cualquier cosa. Por eso, el primer paso es deshacerse de todo lo que te sobra. Piensa realmente si lo vas a utilizar y tira o dona lo que no uses. Y es que la limpieza visual en la decoración es una de las claves para el homefullness en cada espacio. Recargar los espacios no nos transmite esa sensación de hogar. Céntrate también en despejar el recibidor –será lo primero que verás al llegar y lo primero que te dé paz-. Además, decide dónde quieres poner cada objeto y asígnale un lugar propio que no debe cambiar. A ordenar se aprende, y se necesita un método. Así que practica.
Para que experimentes ese relax tan conocido, debes incluir dos cosas: muebles y formas redondeadas y orgánicas –que se adapten al cuerpo y generen así sensación inmediata de confort-, y materiales naturales. Madera, yute, esparto, cáñamo… y en los textiles, el lino y el algodón serán los reyes de la casa, y ahora del verano.
Por último, para alcanzar esa sensación completa de homefullness, debes pensar qué es lo que podría completar aún más ese bienestar mental y físico. Nosotros os aconsejamos que apostéis por un espacio verde en casa. Las plantas y flores tienen muchos beneficios: disminuyen el estrés, la ansiedad, airean los espacios… Y su contemplación puede relajarnos mucho, sobre todo si vivimos en la ciudad. Decora con velas aromáticas y de colores suaves, guirnaldas de pequeñas bombillas, ambientadores, incienso… Los olores son también muy importantes para caracterizar nuestro pequeño espacio, y pueden generar buenas sensaciones y recuerdos.
Ahora que ya conocéis esta nueva palabra, ¿vais a dejar que el homefullness inunde vuestro hogar? Nosotros decimos: ¡sí!